sábado, 8 de agosto de 2009

Niños que el recuerdo alienta…



La crónica de una marcha en Ciudad Obregón.

Por Perla Julieta Ortiz Murray.

(tomado de Cajeme Cultural: http://www.cajemecultural.com/2009/07/ninos-que-el-recuerdo-alienta)

Tam, tam, tam… triste el redoble, los tambores anuncian el comienzo de la marcha, reforzada hoy con la presencia de más de cincuenta familiares de los pequeñitos caídos en el incendio de la guardería. Padres, abuelos, tíos, primos, todos comparten la misma laceración en el alma, a todos los agobia el mismo dolor, compartido en solidaridad por muchos cajemenses. Que importa si la aglomeración es de trescientas o quinientas personas, de todas maneras la cruz nos pesa igual y la rabia es -sin excepción- la misma. Acompasadamente, vamos marcando el camino, la mayor parte a pie, los menos en automóvil, -eso sí, señalado con la respectiva leyenda de duelo- siguiendo la ruta: De la calle Yaqui, hasta la Sinaloa y de ahí por la Mayo hacia la Miguel Alemán, de donde luego enfilaremos a la Cinco de febrero dando vuelta por la Galeana. Nadie lo ignora: el tramo es largo, pero el coraje es aun mayor.


Son las seis y media de la tarde y en el Sur de Sonora la canícula aun agobia, pero la caminata inicia en silencio, los portadores de las mantas adelante: Sonríen los rostros de Emily, Yeyé y otros ángeles fallecidos en el siniestro, como igual pudieron haberlo hecho sus hijos o los míos si el horror se hubiese desatado en un parvulario cajemense; viene luego el grupo de padres llevando pancartas con los nombres de sus hijos, madres la mayoría. que al arribar a la Casa de Gobierno desatan en duras palabras la indignación que los consume: De nueva cuenta los pedidos de renuncia para el gobernador y su gabinete no se hacen esperar, acompañados de airados reclamos de justicia y presentación de los responsables. Soy madre y no puedo evitar las lágrimas cuando las voces entrecortadas de quienes me anteceden gritan por el inenarrable sufrimiento de sus retoños. Aun al escribir esto, me ahoga el llanto…

Media hora después, no sin dejar de darle simbólicamente la espalda a la casa donde se entroniza. -perdón, quise decir representa- la autoridad estatal, el desplazamiento prosigue hasta la Mayo y el silencio retoma sus fueros. Es un mutismo fuerte, cargado de reproches hacia una autoridad que no da la cara; en el mismo tenor se llega al Miguel Alemán, llena de autos y de gente que desde las aceras mira asombrada al contingente que avanza con lentitud. Es entonces cuando acude a mi mente el verso aquél de Tomás Cuervo en su “Poema a los niños”: “Niños que el recuerdo alienta/ y la emoción alimenta/ con el fuego de la arteria,/niños que en la mente gritan/ y en las entrañas palpitan/ más allá de la materia…” ; en medio de la ira, nuestros hijos, los muertos en el incendio, siguen alentando, alimentados por nuestra memoria, gritando en nuestro pensamiento y palpitando en nuestras entrañas triste y desafortunadamente ya… parafraseando de nuevo al autor “más allá de la materia” .

En el tránsito hacia la Cinco, no faltan incidentes, como cuando un automovilista desesperado intenta meterse entre los caminantes, posiblemente sin pensar en consecuencias, solo tratando de ganar tiempo, pero a quien se le disuade al grito de “prensa, prensa”, invocando a reporteros y fotógrafos que en todo momento nos acompañan. La amenaza resulta efectiva y el tipo recula.

La obscuridad ha ganado cuando arribamos al mercado, franqueado en mudez total, misma en la que también se recorre el tramo que lo separa de la plaza Älvaro Obregón, donde al fin se vuelven a romper los diques y en orden, las voces estallan duras. Por los organizadores y -en un intento quizás de dejar el mayor espacio posible a los familiares- es únicamente nuestro amigo Rosendo Arrayales quien habla para agradecer su apoyo a los presentes; uno a uno, los padres toman la palabra y el reclamo es el mismo: Justicia, que se presente a los responsables y se les aplique la Ley. Nuevamente el dolor, la ira y la tristeza nos embargan y algunos, como la jovencita situada detrás mío no se preocupan en disimular las lágrimas mientras los oradores agradecen a la comunidad cajemense por el apoyo brindado, si bien escueto para muchos, para otros -la mayoría quizás- todo un récord, dada la nula tradición de asistencia en este sentido y a este tipo de actos. A cada mención de autoridad, sucede entonces un solo grito múltiple: “¡que renuncie!”.

El pase de lista es quizás el trago más amargo y al grito de ¡no debió morir! se responde a cada uno de los cuarenta y ocho nombres de los fallecidos, para después secundar con el otro, muy distinto de ¡no debe morir! el de cada uno de los chiquitos que aun permanecen en cuidados intensivos. Esta vez, sin embargo, el evento no concluye ahí; uno a uno, ganamos la calle nuevamente. La consigna es concluir donde empezamos: en el Parque de Los Pioneros y aunque disminuidos en número, hacia allá enfilamos, no sin pasar antes por la casa particular del Gobernador, frente a la que se hace un pequeño mitin, custodiados por lo que nos parecieron todas las patrullas de la ciudad. Irónicamente, nunca nos habíamos sentido tan seguros….pero en fin, son gajes de lo que se nos ha vuelto el oficio de protestar por un dolor nada ajeno, acompañando a nobles como Mari Paz, Rosendo, Isabel, Rogelio, Jesús, Carlos, y tantos otros que ahí están, en pie de lucha aunque suene muy sobada la expresión.

En el Parque de Los Pioneros y al amparo de los árboles, las noches suelen ser bellas y ésta no es la excepción: cobijados bajo su ramaje escuchamos el mensaje de agradecimiento a Ciudad Obregón, en las voces de Julio César y Abraham Fraijo, dos de los padres agraviados. Particularmente emotivo fue el ofrecido a los integrantes de las patrullas que -aun con el incidente mencionado líneas arriba- tan bien nos cuidaron en ésta y las anteriores marchas.

Tal vez es éste el tiempo de sanar heridas, como bien lo dice Teresa Padrón en la crónica anterior, pero el modo de sanarlas no es siempre otorgando una indulgencia a los involucrados. Recordemos que es también de seres humanos bien nacidos el castigar cuando se hace necesario, arrostrando consecuencias y fincando responsabilidades, hoy por los ángeles de Hermosillo… mañana quizás por tus hijos y los míos., para que la inocencia pueda seguir campeando en nuestra tierra y de la mano del poeta - niño José Agustín Goytisolo podamos seguir cantando:

Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos. (bis)

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado. (bis)

Todas estas cosas
había una vez
cuando yo soñaba
un mundo al revés. (bis).

Después de todo, se vale soñar ¿o no?.